Querida Soledad:

A tí, que tantas noches viniste cuando no te entendía.

A tí, que algunas de ellas venías acompañada de lágrimas.

A tí, que otras noches venías acompañada de sonrisas por las decisiones tomadas.

A tí, que me has hecho ser quien soy.

A tí, te digo que hoy te entiendo.

 

¿Debes sentirte mal, verdad? Siempre fuiste la eterna incomprendida de entre tus hermanas las emociones.

 

Pero yo hoy te comprendo:

Tú vienes para hacerme sentirme vulnerable cuando estoy sola, por que así puedo apreciar más la compañía de quien quiere pasar su tiempo conmigo.

Tú que me sacas las lágrimas, lo haces porque ese agua que sobra debe salir  y dejar espacio a nuevas mariposas.

Tú que vienes para ponerme a prueba, lo haces para que sea cada vez más fuerte antes las verdaderas lecciones.

Hoy, querida soledad, no te juzgo.

Hoy querida soledad, te admiro.

Porque, aun siendo la eterna incomprendida, sigues esforzándote por hacerme mejor.

¿Cuántos la hemos la hemos sentido? ¿Cuántos hemos notado esa sensación¿ ¿Esa en la que sabes que se acerca e inlcuso llega a doler?

Quizá, como todas las emociones, sólo había que dejarla llegar, sentirla, escucharla, comprenderla y dejarla ir.

Porque, como todas sus hermanas, igual que viene, se va. Escuchémosla antes de que se vaya.

Llevamos demasiado tiempo viéndola como una enemiga. Como algo malo, triste o incluso que da pena sentirla. Pues ahora no nos queda otra que naturalizarla, abrazarla y entender, que puede ser una de esas emociones que no nos gustan tanto como otras, pero que nos enseña mucho si dejamos de luchar contra ella y nos paramos a escucharla.

¿Te animas a reconciliarte con ella?