Las Heridas
Las heridas, una detrás de otra. Esas que aún no son cicatrices, esas que no nos recuerdan lo que nos hizo daño sino que nos hacen sentir que aún duele.
Esas que ya no sabes ni qué son: historias del pasado, anécdotas del presente, el peso de antiguos fantasmas, sentimientos que aún te son familiares, fracasos que tu cabeza dice “fue lo mejor” pero tu corazón aún quiere regodearse en su tristeza…
Son esas que no se cierran, esas que por mucho que te empeñes en seguir caminando hacia delante, te atan los pies y hacen que tu andadura por el presente hacia el futuro sea un poco más dura.
Y cuando llegan, ¿cómo las combatimos? Pues sólo hay una forma: No se hace.
Cuando duele, DUELE. Y punto.
No podemos luchar contra las emociones en el momento en el que llegan como un tsunami y arrasar con la estabilidad de nuestro mundo. No puedes luchar contra la fuerza de ese elemento llamado tristeza, melancolía o dolor. No tienes por qué obligarte a sonreir si no te sale. No te queda otra que encajar el golpe y dedicarte el tiempo que necesites a estar triste.
– ¡Uy lo que ha dicho! ¿A estar triste? ¿pero qué dices loca? Si el mundo es maravilloso, fácil y sencillo. ¡Y nos están enseñando a sonreir ante todo y todos!
– Pues sí, a estar triste he dicho.
Porque tenemos derecho a dejarnos caer, a llorar, a berrear, a montar un drama, a dejar de ser maduras, maravillosas, fuertes y perfectas si nos da la gana y si nos lo pide el cuerpo, la cabeza y el corazón.
– Pero espera, y ¿qué van a pensar todos aquellos que me ven como una luchadora, valiente, fuerte y que me pongo el mundo por montera y me lo como para desayunar? Van a decir que se les ha caido un mito. Que yo era la persona más fuerte que conocían, que yo era su Superwoman.
– Pues a esos les dices que sigues siendo Superwoman. Pero que tu traje es de quita y pon. Y que tú eliges quién necesitas ser en cada momento.
La gente que te quiere lo entenderá. La gente que te quiere y que sabe lo que son las heridas entenderá que necesites bajar al fango de tus lágrimas y tu dolor y te dirán: espera que ya bajo yo contigo a hacerte compañía, nos damos un bañito y luego subimos ¿vale?
Lo importante no es evitar caer. Es saber que caigas cuando caigas, podrás volver a levantarte.
Que tus heridas serán cicatrices, pero que el mismo derecho tienes a sufrir tus heridas como a alardear de tus cicatrices.
Hemos empezado a vivir en un mundo en el que por solucionar carencias emocionales nos hemos volcado en esconder las emociones “malas” en favor de las “buenas”
En comportarnos de forma que nada nos haga daño porque el dolor no está socialmente aceptado.
En tener vidas perfectas en vez de experiencias vividas.
En hacer prevalecer el “yo” al “nosotros”.
En pensar al 100% en uno mismo en vez de al 50% en mí y 50% en tí.
En que importa más el “yo necesito estar bien” que el “¿y si nos ayudamos a estar bien los dos?”
Y eso está haciendo que nos olvidemos de que tenemos derecho a sentir, querer, reir, disfrutar, llorar, quejarnos, sufrir, luchar y dejarnos caer.
Como siempre, nos hemos ido de un extremo al otro. De los discursos realistas a los motivacionales. Y como siempre se nos ha olvidado que la virtud está en el equilibrio. Que el realismo debe ayudarnos a expresar lo que sintamos en el presente, vivir nuestro corto plazo como lo necesitemos y nuestra autenticidad emocional como sintamos. Y los motivacionales en aprender a construir nuestro medio y largo plazo, nuestros cimientos de cómo queremos aprender de nuestros errores o de los que han cometido otros, a darnos la seguridad de que siempre podremos levantarnos y volver a sacar la capa de Superwoman para gritar a los cuatro vientos: “¡Mundo ya he vuelto!”
Porque tenlo claro: volverás